Un día de calor, por ruta 7 llegamos a destino. Los carteles al costado de las calles señalizaban dos lugares, el parque y la estación. No sabíamos con que nos íbamos a encontrar cuando emprendimos el viaje. Caminar por las calles de la localidad Jáuregui, a 20 kilómetros de Luján, es como estar recorriendo las calles de Bélgica. Las fachadas se realizaron a imagen y semejanza del país europeo. Tienen un estilo arquitectónico romántico tardío. En cada rincón puede verse el escudo de un tigre y los colores amarillo y negro. Y es que el belga Julio Steverlynck fundó en la década del 20 la Algodonera Flandria, y con ella el pueblo.
Era 1927 y lo único que tenía Jáuregui era su estación de tren y algunas casas aisladas, junto con el molino harinero fundado por José María Jáuregui. Hasta que llegó la familia belga Steverlynck. Todos le decían a Julio que estaba loco por querer instalarse en un lugar donde no había nada, pero él tenía muy claro lo que iba a realizar en esas parcelas. Recorrió a caballo las tierras, y pensó como podría aprovechar la fuerza hidráulica para la fabricación de telas, y las condiciones de humedad del río eran favorables para el proceso de algodón, y ahí comenzó la historia.

Julio Steverlynck o “don Julio” como así lo llaman cariñosamente los habitantes del pueblo, nació en Flandes. Ya dedicado a lo textil en su país natal importaba telas de lino a nuestro país y cuando se cerraron las exportaciones en 1923, no tuvo mejor idea que emprender viaje con sus socios e instalarse en el país al que le vendía para producir en él. Y así poder vender a Latinoamérica. Más tarde este pensamiento fue concretado y fue plasmado en un cuadro que Julio tenía en su oficina, donde se puede ver a su esposa y bella tierra Europa y a su lado mujeres latinoamericanas enlazadas por los telares.

Don Julio se transformó en un verdadero icono del lugar, y es que este personaje creó un micromundo alrededor de la fábrica algodonera. Con ella apareció el primer edificio que fue la iglesia del pueblo. La concurrencia a la misa era una condición para hacer carrera en la empresa, y aún los trabajadores no católicos asistían a ella. Ante todo la religión y la familia como valores fundamentales para los Steverlynck.
Luego le siguieron los clubes, las escuelas, la biblioteca, el registro civil y otras instituciones. Por formar parte de la fábrica, los hijos de obreros, pagaban una cuota menor con respecto a otros asociados o alumnos. También se les dio a los trabajadores de la fábrica, el beneficio de poder adquirir su propia vivienda accediendo a cuotas muy baratas. Don Julio otorgó derechos laborales para esa época impensados como vacaciones, aguinaldo y premios. Creando con todo ello un vinculo entre empresario y obrero de paternalismo.
Durante la década del 90, la crisis en el país llevo a la fábrica a la quiebra y los telegramas masivos no tardaron en llegar. Hasta que en un remate público, Carlos Diforti compró las antiguas instalaciones de la fábrica y en el año 2003 se convierte en el Parque Industiral Villa Flandria, donde funcionan actualmente más de 20 empresas de diversas industrias.
Maquinas produciendo en cadena, camiones que entran y salen con mercadería, humo saliendo de las chimeneas, trabajadores que se desplazan de un lado al otro, parece ser el escenario natural del parque. Los trabajadores conviven con ardillas y búhos, rodeados de grandes espacios verdes, lo que permite un ambiente no tan hostil como el de las grandes urbes y fábricas.
Dentro del parque, la estructura más pequeña es el antiguo comedor de la ex algodonera que hoy es un museo. Dentro de la fachada, el olor a humedad y el tiempo nunca se han ido. Los bancos del comedor siguen intactos, hornos y ollas de aquella época. Colecciones de hilos y telas. Trajes de obreros y fichas de ingreso de los ya jubilados empleados. Años de historia en una sola habitación. La silla y el escritorio de Julio siguen ahí, como si él nunca se hubiese ido, y lo cierto es que jamás se fue de Jáuregui, ya que vivió con su esposa y dieciséis hijos en la estancia Santa Elena hasta su lecho de muerte.
A orillas de la represa, detrás del Parque Industrial se encuentra el club náutico El Timón. Un lugar fundado en aquellos tiempos de Julio para el deporte y el esparcimiento. Un lugar para acampar, almorzar y sentarte en una reposera para admirar la tranquilidad y naturaleza. Un lugar de donde salieron tres atletas olímpicos de los que tienen orgullecido al pueblo. Un lugar que estuvo cubierto bajo metros de agua por las inundaciones y que hoy se encuentra intacto.
Los nombres de las calles recuerdan con un tinte simbólico la ex algodonera: “Los tejedores” y “Los Lineros”. Además procedes argentinos como Belgrano y San Martín, pero sin olvidar al prócer belga del pueblo, ya que una calle lleva su nombre y otra su lugar de nacimiento. En la avenida principal de Jáuregui, los perros se pasean sin pedir permiso. La estación de tren parece abandonada, debido a su poca frecuencia. El pueblo no recibe multitud de pelegrinos o turistas y por eso pocos conocen su historia. La historia de un pueblo que nació a orillas del río Luján gracias a una fábrica textil. En ese pueblo se vive una atmosfera de tranquilidad y silencio en el aire. Tan calmo y desolado. Pero todo se encuentra en orden, bajo la mirada del monumento de Don Julio, que sigue siendo aun hoy el padre del pueblo.